No puedo evitarlo, una vez más debo iniciar el post diciendo que los sueños se cumplen, que me consta. Jamás pensé que podía pasar de ver el Cirque du Soleil en la tv a verlo en vivo y en directo, sentadísimo en una fila preferencial donde el vuelo de los acróbatas me soplaba el cocote.
Pero bueno, los planetas alineados de esta forma hicieron que esto fuera posible. Un tren de Renfe y en dos horas estaba en Gijón, un “pueblo” de Asturias en pleno mar cantábrico, donde la gran carpa blanca había encontrado un lugar para posarse y atraer grandes cantidades de soñadores de todos los rincones de la nación española. Luego de encontrar un hotel y dar un breve paseo en el bus turístico, me interne en el mundo de fantasía de esta obra circense que trata sobre un joven que cae en un mágico bosque donde extrañas criaturas lo enseñan a vivir una nueva realidad donde todo es posible, un show que desafía las leyes que rigen nuestra realidad como la conocemos y que lo transporta a uno como espectador a otra realidad, que por supuesto está afectada por las experiencias previas de cada uno y que por lo menos a mi me hizo llorar y sentirme como jamás me volveré a sentir.
Disfruté cada pedazo, cada número, cada disfraz, cada peluca, cada mascara, cada movimiento, cada risa de los que estaban cerca de mí. Disfruté la tienda, los refrescos, todos los días tomo agua en el vaso que me traje como recuerdo. Cada vez que lo veo o que me pongo la camiseta que compré me parece que aquello fue un sueño y cierro los ojos y las criaturas que tienen un tercer ojo luminoso en la cabeza aparecen y me hacen reverencia y no estoy loco, es que no he podido superar todo eso y no quiero hacerlo, quiero que mi cerebro guarde toda la información y la mantenga intacta allí para mi, para consultarla cada vez que me sienta triste o tenga ganas de desaparecer.
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